Jamás, en otra película nacional, había visto tantos patrones que cayeran en la redundancia como en ésta, resultando en algunos momentos falsa y hueca.
Guten Tag Ramón se centra en la vida de él, de Ramón, personificado por Kristyan Ferrer, un joven mexicano que vive en una zona rural de Durango junto a su madre y a su abuela Adriana Barraza (de lo poco rescatable en la película).
Ramón, envuelto en la pobreza y el sueño por tener una vida sin limitaciones, decide viajar a Alemania, después de varios intentos fallidos por cruzar la frontera norte.
Al vender un terreno, propiedad de su padre, llega a Europa, así de fácil, consiguiendo de la noche a la mañana un pasaporte “sacado de la manga de un mago", porque nunca se explicó el trámite que tuvo que hacer para obtenerlo.
En el viejo continente es visto como el humilde latino que tiene que pedir limosna para sobrevivir, pues sus planes por tener una vida mejor se esfumaron cuando sus pertenencias le fueron robadas.
Al final su carisma, su amor por la música duranguense, su gusto por el picante y su ignorancia por el idioma alemán lo hicieron ganarse el amor y cariño de unos cuantos nativos, que le ofrecieron hogar hasta que fue deportado.
La película, en cierto punto, tiene calidad en la producción, mas no en el guión, por las incongruencias y clichés que toca para representar a los mexicanos que día a día se adaptan al primer y segundo mundo.
Personalmente me resultó boba y hueca por tocar temas importantes de una manera superficial, repitiendo aspectos fáciles de interpretar.
¿Habrá una segunda parte de Guten Tag Ramón? Probablemente.