¿Por qué no lloré al ver la película que más esperé durante el año? ¿Por qué no me uní a las personas que a mi alrededor lloraban mientras veíamos la adaptación al cine de la obra más conocida de uno de mis autores favoritos, Antoine de Saint-Exupéry?
Esta pregunta la tuve desde los casi 110 minutos que dura 'El Principito', filme dirigido por Mark Osborne (director también de Kung Fu Panda), y que representó el estreno de la semana.
"Por favor, dibújame un cordero".
La cinta aterriza en la vida de una niña de 9 años quien, junto con su madre, cambian de residencia y se mudan al lado de la casa de un hombre, El Aviador, quien cambia la vida de las dos para siempre.
La pequeña, envuelta en una rutina de vida al estilo de los adultos, se olvida de las fantasías y de las alegrías hasta que El Aviador la introduce en la historia de 'El Principito'. Con aventuras y contando las estrellas, el hombre logra que el corazón y el cerebro de la menor revivan la vida del niño del cabello dorado, piel clara, habitante del Asteroide B 612, admirador de una rosa roja y amigo del zorro.
Sin duda la película hace honor a la historia original, en la que de Saint-Exupéry se inspira en su última esposa para realizar los dibujos que hasta ahora son una obra de arte.
El diseño, la música y el guión del filme son espléndidos, dignos de una historia amada por millones alrededor del mundo.
Sin embargo, sigo preguntándome el por qué no lloré: ¿Será porque no estoy domesticado o porque mi corazón ha logrado ver lo esencial?
"Lo esencial es invisible a los ojos".
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